Entre los diversos consejos de las abuelas se encuentra la práctica de colocar sal en el alféizar de la ventana. ¿Te gustaría descubrir su propósito?
Quienes tengan la fortuna de conocer algunos de los consejos de sus abuelas pueden aprovechar soluciones que provienen de elementos cotidianos como la sal, empleada de maneras inusuales. En este artículo exploraremos cómo utilizar la sal en el alféizar de una ventana.
La sal en tiempos antiguos.
El uso de la sal data del Neolítico, hace aproximadamente 10.000 años, cuando muchos hábitos cambiaron con el advenimiento de la agricultura en la vida de las personas.
Conservar los alimentos se volvió una necesidad esencial, y la sal facilitaba esto, manteniendo los alimentos casi intactos. Hubo un período en el que se le conocía como oro blanco, dado su alto valor como moneda. La sal jugaba un papel crucial en las interacciones comerciales entre diferentes culturas y naciones.
De hecho, la palabra salario proviene de “ración de sal”, un componente con el que se remuneraba a los soldados en la antigua Roma. La sal está presente en todos los hogares, todos la utilizan, aunque su consumo excesivo puede ser perjudicial para la salud.
No obstante, la sal no se limita a ser un “realzador del sabor” para diversos platillos, un potenciador de alimentos, sin el cual nos vemos inclinados a decir: “¡este platillo es realmente insípido!” Sin embargo, su uso va más allá de esto.
¿Cuál es el propósito de poner sal en el alféizar de la ventana?
Existen aún creencias sobre la sal, como que si cae al suelo trae buena fortuna, pero si se derrama sobre la mesa donde estamos comiendo, no. En cualquier caso, para contrarrestar la “mala suerte” que afecta al desafortunado que ha cometido el error, basta con tirar la sal por detrás para alejar las energías negativas.
Sin embargo, este artículo no se centra en creencias, sino en el uso funcional de la sal para un inconveniente que surge cada año de manera cíclica: la invasión de hormigas en el hogar.
Estos pequeños insectos laboriosos y tenaces, cuando se cruzan en nuestro camino pueden ser obstinados y bastante difíciles de manejar.
Observarlos trabajando en un campo, dedicados a llevarse todo a su hogar, puede resultar hipnótico, tan enfocados están en su tarea. Nada les distrae, pero en cuanto los vemos merodeando por nuestra cocina, surge la necesidad de “desinfestación”. ¡Realmente no los queremos!
Sin embargo, es precisamente allí donde se dirigen, donde hay comida adecuada para enriquecer su “almacén de invierno”… Así pasan de semillas a granos de azúcar, a migajas de pan, o cualquier cosa que pueda ser capturada por sus pequeñas pero fuertes mandíbulas.
Y aquí es donde el consejo de la abuela resulta útil: podemos prescindir del spray antihormigas, ya que para detener al ejército que avanza, simplemente debemos rociar el borde de las ventanas con sal gruesa para evitar su entrada.
También podemos colocar sal gruesa en nuestras despensas, que son el destino favorito no solo de hormigas, sino también de polillas y mariposas, en definitiva, esos insectos que disfrutan de nuestros alimentos. Además, si has notado alguno deambulando debajo de la cama o en el armario, un puñado de sal mantendrá alejados a estos pequeños intrusos, y absorberá el exceso de humedad.